Allí descansamos un poco y nos hidratamos, que hacía mucho calor.
Empezando a bajar otra vez, bordeamos el Archivo Histórico Provincial y nos metimos por detrás de la Fundación Antonio Pérez, ubicada en el antiguo convento de las Carmelitas Descalzas. Pasamos por detrás de la iglesia de San Pedro, por la ronda de Julián Romero, todo ello por la parte del Huécar, asomándonos a los miradores sobre el río y pasando por varias callejuelas y pasadizos como la del Cristo del Pasadizo, con su leyenda, romántica y trágica. Por si sentís curiosidad, aquí la podéis leer, aunque os aconsejo visitar Cuenca y leerla in situ.
Seguimos bajando hacia la Plaza Mayor, para ver si se había descongestionado un poco y, sí, ya se habían vuelto a llevar la mayoría de los pasos. Visitamos entonces la iglesia del Convento de las Petras, que da también a la Plaza pero bajando unas escaleras. La fachada, rosa, es muy austera y no te imaginas cómo es por dentro, con tan rica ornamentación:
A partir de aquí, seguimos por el lado del Júcar, más callejuelas, y bajamos por una larga escalinata hasta llegar a la iglesia de San Miguel, hoy habilitada para conciertos.
Seguimos bajando, ya en dirección del coche, y durante un rato nos incorporamos a las procesiones:
Tras callejear otro poco nos fuimos a coger el coche, que estábamos ya cansados, y a tomar posesión de nuestros aposentos. No fue fácil conseguir alojamiento para esas fechas. En la capital todo estaba completo. Al final di con este hostal, en plena Serranía de Cuenca, justo enfrente de la entrada a la Ciudad Encantada, y muy bien, sin ningún lujo pero correcto.
De camino, decidimos ir a ver el Ventano del Diablo, un mirador sobre una garganta del río Júcar, con sus aguas de fantástico color verde.
También tiene su leyenda que habla de que el mirador fue hecho por el diablo, claro, con intención de que todo el que se asomara a ver las increíbles vistas, se tropezara y cayera estampándose con las rocas. Ahora han puesto barandillas para protegernos jajaja:
Continuamos hasta la Laguna de Uña. No nos gustó nada, había nubes de mosquitos:
Y ya al hotel. Abrimos las maletas, descansamos un poco y cenamos allí mismo. Vaya. Una duchita, un repaso a mis apuntes y a dormir. Por la mañana, tras desayunar fuimos a coger las entradas para la Ciudad Encantada. Las cogimos con guía (costaban 5 € o 6 € con guía). Un acierto, nos lo enseñó una chica encantadora, que vivía lo que nos contaba. Este sitio es para dejar volar nuestra imaginación. Cada uno ve lo que quiere o lo que puede, pero realmente hay figuras muy curiosas, muestras de lo que la erosión es capaz de hacer a lo largo del tiempo en un tipo de roca muy heterogénea. El recorrido es de menos de 3 km., durante unas 2 horas, sin dificultades. Es una finca particular y forma parte del Parque Natural de la Serranía de Cuenca.
Entre las muchas fotos, que por cierto, no dan mucha fe de lo que se ve en directo (y no soy de Cuenca, jajaja), he escogido estas, con el nombre oficial:
Cara de hombre:
Puente Romano:
Mar de Piedra:
Lucha elefante cocodrilo (yo aquí veo un gesto cariñoso entre 2 delfines, pero lo que más me llamó la atención es cómo los árboles se han tenido que adaptar a la roca, deformándose)
Y el famoso Tormo Alto, símbolo de la Ciudad Encantada:
Cuando salimos nos alegramos de la ubicación de nuestro alojamiento, porque había una enorme cola para entrar, mientras que nosotros, como nos quedamos allí mismo, estábamos entrando de los primeros, a las diez y media, mucho más tranquilos y con menos calor.
Cogimos el coche y nos fuimos camino del nacimiento del río Cuervo. Cuando llegamos era la hora de comer y como los restaurantes que hay donde está el aparcamiento, estaban a tope, nos fuimos al pueblo más cercano. Encontramos un restaurante de comida casera, miramos y había sitio. Y dimos con una camarera en su primera vez. Pedimos vino rosado frío, sí, sí, por supuesto. Estaba del tiempo, le pedimos una cubitera con hielo y nos trajo un vaso con cubitos porque nos dijo que ¿para qué iba a traer toda la cubitera?. Cuando la expliqué que no iba a echar cubitos al vino, sino meterlo en el hielo para enfriarlo, nos trajo la cubitera con los cubitos, en seco. Claro, no se enfrió... y alguna otra cosa nos pasó de este estilo, muy graciosa.
Bueno, pues después ya iniciamos la rutita del río. Hay un amplio aparcamiento y una pasarela de madera, apta para discapacitados, hasta las cascadas. La verdad es que no tenía mucha agua pero el sitio es idílico:
Continuamos por la derecha de las cascadas hasta el nacimiento propiamente dicho: el agua surge por una hendidura de la roca.
El regreso se puede hacer por la otra margen del río: un bonito paseo de, aproximadamente 1,5 km. en total, junto al río, de aguas transparentes y heladas.
Desde aquí, cogimos de nuevo el coche y seguimos hacia el norte, dirección Beteta. Entramos a ver una de las Lagunas de El Tobar. Esta nos gustó más, no había mosquitos, jajaja:
También visitamos el Balneario de Solán de Cabras, por aquello de conocer también la competencia (vivo junto al Balneario del Agua de Solares). El trayecto entre el Puente de Vadillos y el Balneario es muy bonito, nos recordaba al desfiladero de la Hermida, aquí en Cantabria. Fuimos a ver Priego, que ya pertenece a la Alcarria, un tranquilo pueblo de tradición alfarera y con plantaciones de mimbre (la primera vez que he visto esas plantaciones).
Volvimos a Cuenca para cenar antes de recogernos a nuestros aposentos, asistiendo a una bonita puesta de sol por tierras alcarreñas. Buscamos un bar de tapas que me habían recomendado, La Ponderosa, justo al lado de la Diputación Provincial, en una calle con muchos bares. Cenamos raciones de setas, mollejas, morteruelo y tomate con bonito. Riquísimo todo. Pero lo mejor, la atención de uno de los dos hermanos que llevan el negocio. Al ir a pagar nos dijo que esperáramos un poco, que nos iba a traer algo. Un postre espectacular. Voy a intentar hacerlo, porque nos explicó lo que era: pan frito mojado en vino, confitura de tomate y miel. Uhhmmm, se me hace la boca agua ...
El domingo, después de desayunar nos bajamos de nuevo a Cuenca para visitar la Catedral que nos había quedado pendiente, pero no pudimos porque no se abría al público hasta la una y media y se nos hacía tarde. Aprovechamos para ver las tiendas de esas calles y comprar mi campanita:
Otra tarea pendiente era visitar el museo de Arte Abstracto Español. Está ubicado en la Casas Colgadas y asomarte desde alguna de sus salas es un espectáculo, lo mejor (me declaro una ignorante de tomo y lomo, jajaja):
De la exposición, ¿qué decir?, pues que es, eso, abstracta. Hay obras de Chillida, Cesar Manrique, Oteiza, Saura, Tapies, Teixidor, ..., y, por supuesto de Fernando Zóbel. Por mostraros una obra, esta es un óleo sobre lienzo de A. Saura, titulada Brigitte Bardot:
Una vez que salimos y bajando hacia la parte nueva, volvimos a fijarnos en la posición de las Casas Colgadas: definitivamente, no me gustaría vivir en el casco antiguo.
Nos volvimos a encontrar con las procesiones correspondientes al domingo de Resurrección y me gustó ver un paso llevado por chicos y chicas:
La hora de comer. Otra odisea. Por la mañana habíamos llamado a otro restaurante de los recomendados, el mesón Darling, pero estaba completo. Así que buscamos algo sobre la marcha. No volvimos a La Ponderosa porque no hay donde sentarse. Encontramos uno con muy buena pinta, pero nos pusieron en una mesa entre corrientes de aire (y eso que llegamos los primeros), que nos hizo pasar un rato más bien desagradable, aunque yo comí muy bien.
Y así acabó nuestra visita a Cuenca. Después ya nos fuimos para Madrid.
¿Mi opinión? La ciudad es muy costosa y sin mucho que ver en lo que a edificios se refiere, pero los paisajes tanto los que se ven desde lo alto de la ciudad, como los que vimos por la zona de la Serranía- Alto Tajo- la Alcarria me sorprendieron muy gratamente.
¿Conocéis Cuenca? ¿qué deberíamos haber visto? Gracias por vuestros comentarios.