Semana Santa del 2016. Los pronósticos del tiempo aquí, en Cantabria, apuntaban al mal tiempo, como siempre. Y como casi siempre se confundieron. El Jueves Santo hicimos otro tramo del litoral cántabro, en un día precioso: cielo azul, temperatura buenísima, ...
Comenzamos en el mismo sitio que la excursión anterior, en Virgen del Mar (lo podeis recordar pinchando aquí), pero en distinta dirección.
Lo primero tomamos nuestro tentempié en la taberna que hay junto al aparcamiento (mi hija dice que eso de empezar a tomar cosas antes de empezar no lo entiende muy bien, pero si coincide que siempre solemos empezar a esa hora, qué culpa tengo yo...). Después entramos en la ermita del siglo XII con su Virgen del Mar en el altar mayor y evocaciones a diversas situaciones marítimas:
La ermita respira mar por fuera y por dentro:
Nos fuimos esta vez en sentido contrario a la vez anterior, hacia Liencres, o sea, mirando el mar, hacia la izquierda. Tras un paseo por el borde del mar, por caminos bien marcados (por tanta gente que tiene la suerte de poder pasear por aquí), llegamos a la playa de San Juan de la Canal, en el municipio de Santa Cruz de Bezana, en Soto de la Marina. De esta playa siempre he oído contar a mi madre que cuando era una chavala estuvo allí una temporada en casa de una prima, y lo bien que se lo pasaban. Hace un par de años, la llevé y no recordaba nada. Era el principio del fin.
Bueno, las vistas desde esta perspectiva, como al revés, de las olas, que ese día eran bastante fuertes, eran maravillosas:
Para continuar teníamos que cruzar el canal (de ahí el nombre del pueblo) que se forma antes de que el arroyo Otero desemboque en el mar:
Atravesamos un parque que hay junto a la playa con un mirador hacia el mar y nos dirigimos hacia un alto, por detrás de unas casas, sabiendo que el mar estaba al otro lado. Subimos por un prado, campo a través. Desde allí, lo que llaman la Punta de San Juan de la Canal, veíamos la isla donde está ubicada la ermita de la Virgen del Mar, el camino recorrido y, al fondo, el faro de Cabo Mayor, en Santander:
Continuando la ruta atravesamos una zona de escajos pero con un senderito bien definido, que nos llevaría a la cala de Covachos:
Por unas escaleras se puede bajar hasta esta preciosa cala. Originalmente era un valle fluvial por donde discurría el pequeño arroyo del que ahora vemos una pequeña cascada. En frente tiene la llamada isla del Castro. Esta isla se ve rodeada por las olas en las dos direcciones y al chocar entre sí, van depositando arena formando un tómbolo o lengua sedimentaria que, con marea baja, une el islote con la costa. Hay que tener cuidado con las mareas, que yo ya sé de alguien que tuvo que volver a nado. Antes de bajar hasta la arena, hay una especie de sendero hecho en la propia roca que nos da una idea de la fuerza con la que el mar puede azotar la zona:
Ese día no pudimos llegar hasta la arena porque el agua había deshecho el último tramo de la "escalera":
Esta vista de la cala es ..., y si, además está mi niña, ... sin palabras:
Volvimos a subir por las escaleras y seguimos nuestra andadura por el borde de arriba que se ve en la foto anterior para tener otra perspectiva de la cala, con la cascada y el sendero entre los escajos:
En esta foto, en la que me he permitido una pequeña licencia, se puede ver como las olas rodean al islote en las dos direcciones. Con la marea más baja se aprecia mejor:
Continuamos hasta la playa de la Arnía, donde las enormes lastras y farallones nos cuentan cómo los estratos calizos sedimentados en el fondo del mar hace 90 millones de años, han emergido por el empuje del continente contra la placa tectónica del Cantábrico y cómo la diferencia entre calizas y margas, que se agrietan o se deshojan, dan lugar a este aspecto tan espectacular a lo largo de nuestra costa quebrada:
Aquí decidimos bajar a comer, por un pedregal que en verano está más cubierto de arena, pero bueno, es una playa con una bajada empinada, quizás no demasiado cómoda, pero merece la pena por lo natural y salvaje que es:
Ver el mar desde estas rocas, que apuntan hacia delante, sin miedo, me hacen sentir su osadía:
Hacia el otro lado, la erosión se produce de otra forma, aquí se ven más margas:
Viendo la costa desde otra distancia, pienso que la naturaleza, en su sabiduría, ha formado una zona de descanso donde guarecerse los peces pequeños y darse un respiro:
Pero no hay un momento de descanso para nuestra vista. Otra forma erosionada y abrupta, como si fuera el muro de un castillo:
Con su ventana:
Se trata de otro gran farallón, perfectamente alineado con otros de más allá, los de la playa de Arnía:
Siguiendo nuestra ruta, sin dejar de maravillarnos, vimos un enorme agujero, al mismo borde del acantilado, pudiendo oír el ruido del mar por debajo de nuestros pies, a la vuelta veríamos de qué se trataba:
Y continuamos un poco más allá. Primero dijimos que íbamos hasta Arnía, después que un poco más allá, yo no me quería volver, la verdad, es que todo esto me gusta tanto... y, además, siempre tengo la impresión de que justo un par de pasos más y el espectáculo será aún más alucinante. Y suelo tener razón. Al final llegamos hasta los famosos urros de Liencres, unos islotes o promontorios rocosos con una especial alineación y dejando estrechos canales entre ellos y la costa o entre ellos mismos:
Entre los más fotografiados supongo que estarán estos, creo que se llaman Manzano, que forman un pequeño puente en equilibrio inestable:
La gran belleza de los urros, justo antes de llegar a la playa del Portío, invitan a pasar un buen rato como la chica que se ve en la foto: sentada y yo, además, con un buen libro entre manos:
Y justo a la izquierda de la chica, este entrante, de singular belleza (una pena que las múltiples urbanizaciones de la zona resten al entorno un poco de esa belleza natural):
Como decía antes, al volver, pasamos por el otro lado del hoyo en el que oíamos el ruido del mar. Se trata de un gran embudo donde el agua ha ido erosionando las capas de margas por ser más blandas que lo demás, formando primero un agujero por el que pasa el agua y después se ha ido hundiendo en un proceso de erosión bastante rápido. Hay, por lo menos, otro embudo un poco más adelante. No pude dejar de pensar en que en cualquier momento se podía hundir todo aquello por donde pisábamos. Mi nombre ya está caído por aquí y por allá en la foto (¿lo visteis?):
De vuelta, subiendo pequeños montículos arenosos:
Observando la bravura del mar en San Juan de la Canal, esta vez sin necesidad de bajar campo a través, sino bajando por el camino:
Una vez pasado el puente del canal y con la luz del atardecer, el paisaje parecía distinto:
Ahora la marea estaba más alta y el mar no se cansaba de atacar a las rocas una y otra vez, para conseguir esas formas, esos perfiles:
Cerca ya de nuestro punto de inicio, junto a la ermita:
Pero todavía pudimos ver cosas nuevas. Esta hendidura nos pasó desapercibida a la ida, ya que empezamos por más adentro, no tan pegados a la costa. A la vuelta pasamos por la Punta del Sol:
En resumen, pasamos un día de Jueves Santo muy agradable, en un lugar espectacular y con un tiempo magnífico. Hacía muchos años que no estábamos en nuestra tierra en esos días de Semana Santa y aunque hubiera preferido haber podido ir a algún lado (que lo de aquí lo puedo ver cualquier otro fin de semana), también estuvimos muy a gusto. Os animo a todos a andar un poco por cualquiera de estas rutas (esta o esta), no tienen ninguna dificultad y merece la pena.
Os dejo el mapa de la ruta. Nos salieron casi 12 km, ida y vuelta:
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