Empezamos en Arredondo, la capital del mundo, bueno, allí tomamos un refuerzo positivo, en estado líquido, eso sí y enseguida subimos en el coche hasta un poco más arriba, a Socueva. Dejamos el coche junto a la ermita de la Magdalena, a la entrada del barrio. Ahí comenzamos a andar, primero por pistas asfaltadas, cogiendo altura rápidamente, con la masa rocosa enfrente, donde hay una vía ferrata y la ermita de San Juan de Socueva, que visitamos a la bajada, entre las muchas oquedades de la roca:
Hasta llegar a una cabaña donde parece que un paso más, y vas a otro nivel del mundo Tierra, con Peña Rocias y las Porras del Mortillano de frente (y Jose buscando una posible escapatoria, jajaja):
Alcanzando alguna zona más llana, donde respirar y donde comimos, a la sombra de una enorme roca (no es que lleváramos mucho tiempo andando, es que empezamos tarde):
Un paso más y la otra cara de la misma roca despojada de vegetación:
Hasta llegar a una cabaña donde parece que un paso más, y vas a otro nivel del mundo Tierra, con Peña Rocias y las Porras del Mortillano de frente (y Jose buscando una posible escapatoria, jajaja):
A partir de ahí comenzamos a caminar por senderos, a veces de tierra:
Y a subir cuestas, zigzagueando, a veces por escalones de piedra :
Por pasillos rocosos:
Viendo ya nuestro objetivo, tan lejos todavía:
Alcanzando alguna zona más llana, donde respirar y donde comimos, a la sombra de una enorme roca (no es que lleváramos mucho tiempo andando, es que empezamos tarde):
Así alcanzamos lo que llaman Buzulacueva, con praderas y algunas cabañas:
Y, claro, donde hay cabañas y pasto, hay vacas, en un entorno que parece de postal:
Aunque buscar el sustento entre tanta piedra puntiaguda, no sé si les gustara mucho. Eso sí, desmejoradas no están, aunque rodeadas de moscas:
Continuamos subiendo, hacia la izquierda, dejando la pista agraria, siguiendo las marcas blancas y amarillas. A partir de aquí es importante no perderlas de vista porque no siempre es fácil pasar entre tanta roca:
Desde aquí empezamos a rodear hoyos en una zona muy kárstica, caminando por grandes losas y asomándonos a aquellas balconadas:
El primer hoyo le dejamos a nuestra derecha, el segundo a nuestra izquierda, quizás el más bonito, o no, no sé. Creo que era en este donde había un árbol seco, sin ramas, creo que atravesado por un rayo, en el que estaba surgiendo una planta a media altura. Esperanza:
Pasamos junto a la boca de una sima. No hay que olvidar que esta zona presenta una gran cantidad de cavidades con un riquísimo patrimonio subterráneo, de los más importantes de España, sin duda, un verdadero paraíso para los espeleólogos (la Coventosa, por ejemplo, que forma un sistema con la Sima del Cueto, muy cercano a la Peña que nos ocupa y que discurre por debajo de la Peña Lavalle):
Llegamos a otro hoyo que dejamos a nuestra derecha y ya vemos en las laderas próximas un bosque de hayas que surge entre las rocas:
La estampa es preciosa, apenas podemos distinguir el pasillo de losas que hemos seguido:
Dejamos la última torca a nuestra derecha, con enormes y frondosos árboles:
Pero al seguir avanzando, otra vez árboles, algunos caídos. No sé si para cortarnos el paso o para postrarse a nuestros pies:
Tras una bajada, de esas que a mí me dan rabia, porque pienso que todo lo que bajamos después hay que subirlo otra vez, un paisaje nuevo, diferente:
A partir de aquí, todo era más herboso. Hemos de tomar un sendero a la izquierda, como indica una piedra que hay en el suelo. Si sigues de frente vamos al Mosquitero y a la derecha creo recordar que se va hacia la cueva del Cueto.
Siguiendo el sendero, rodeando la boca de otra sima, ante nuestros ojos otra vez la maravilla, y no lo digo sólo por el cielo, que también lo era, tan enmarañado como estaba, sino porque de repente vimos, en frente, lo que en esta casa y con nuestra gente, hemos bautizado como la innombrable. Me refiero a Peña Rocias (1338 m.) y las Porras del Mortillano (1411 m.). Están al otro lado de la carretera o del valle del Asón, pero ahora ya lo vemos desde otra altura:
Desde la antecima a la propia Lavalle, en esta foto, se ve el Mosquitero detrás de Jose:
Y llegamos a lo alto de la Peña Lavalle, con el Mortillano a tiro de piedra:
En esta foto se ve muy bien la ruta que hicimos el año pasado, intentando llegar a Peña Rocías, y que tuvimos que dejar porque se metió la niebla. Visto con esta perspectiva yo misma me asombro de lo vertical que es la subida, no sé como pude llegar donde llegamos, la verdad. Mi marido lo hizo después él solo, aprovechando que yo me fui a hacer un crucero, así no tuvo que tirar de mí, jajaja.
Desde lo alto de la Peña las vistas son ....: Socuevas y Arredondo, debajo y el mar al fondo:
Hacia el sur, el pueblo de Asón debajo y la carretera que sube hacia el Valle de Soba, por donde hicimos otra excursión que os contaba aquí (Miradores del Asón), con el nacimiento del río Asón y su cascada al fondo:
Nos deleitamos otro rato con las vistas y comenzamos el descenso. Eso sí, nos entretuvimos con mariposas muy grandes que revoloteaban delante nuestro, como jugueteando, mientras veíamos aquella ladera tan verde, tan esponjosa, se diría que era de terciopelo (¿quién ve la mariposa?:
Volvimos a bajar por donde habíamos subido y, ahora sí, nos acercamos hasta la ermita de San Juan de Socueva, cuyo cartel indicativo está al principio de la ruta, al dejar el pueblo. Hay que subir unas escaleras y abrir y cerrar una portilla para que no se escapen las cabras que campan por allí a sus anchas y tienen su resguardo en el entorno de la propia ermita.
Nos encontramos con un recinto rodeado por un muro de piedra y una puerta adintelada y dentro un tejadillo. Todo el paraje da una terrible sensación de abandono y de descuido, pese a su gran valor histórico (también da sensación de queso gruyère, lleno de agujeros):
La construcción de la cueva, entre los siglos VII y X, se realiza aprovechando la morfología de la roca que forma parte de su techo y de su suelo. Es pues, de tipo rupestre, como los que existen en Valderredible (Valderredible, el rupestre y el románico).Se trata de un eremitorio fundado por cristianos que huían de la dominación musulmana, y aprovecharon el enclave recóndito y la estructura rocosa y kárstica del lugar.
Debajo del tejadillo y junto a la entrada a la oquedad hay un atrio de madera construido ya en el S. XIX:
Al lado y bajo un crucifijo, la entrada a la cueva-ermita:
Dentro, la oscuridad apenas nos deja ver la nave, con desnivel hacia la derecha, donde un arco de herradura da paso al altar formado por un simple tablero de piedra sobre un único pilar. Sobre él, una caja con reliquias. Detrás, el punto de luz del exterior casi no se distingue con el foco de luz que usamos para verlo:
A la entrada, enormes troneras nos recuerdan, una vez más, el tipo de roca caliza, con abundantes cavernas, de la zona:
Bajamos hasta el coche y para Arredondo, llamada antiguamente la capital del mundo porque en las primeras décadas del S. XX muchos vecinos emigraron para ganarse la vida y después volvían a veranear al pueblo. Se podían ver entonces coches de indianos con matrículas de América, de Australia o de Filipinas con grandes fortunas:
El poder económico de los indianos que regresaban a Arredondo se aprecia en las construcciones civiles del pueblo y en la Iglesia de San Pelayo, neoclásica, mandada construir por el indiano Antonino Gutiérrez Solana, con rasgos del Congreso de los Diputados y del Faro de Cabo Mayor de Santander, edificaciones que le gustaban mucho:
Por aquí siempre hemos oído contar que la torre, con forma de faro,(por lo que conté antes), y separada del edificio principal, se debía al capricho de un indiano que quería ver el mar desde Arredondo. Leyenda urbana y enorme agravio al acaudalado empresario Gutiérrez Solana, que invirtió mucho dinero en la zona:
Y esto es todo amig@s!!!! Una preciosa ruta y fácil de realizar. Os animo a que la hagáis, merece la pena.
luis de la torre arredondo, buen juez instructor; como luis manuel amador moreiras
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