Por segundo año consecutivo, nos unimos a esta quedada meracha, con la intención de disfrutar de un paisaje precioso, que el año pasado ya me dejó sorprendida pese a que el tiempo no fue demasiado bueno. Pero este año nos desquitamos: un día precioso, con una temperatura perfecta (bueno, al final ya calentaba bastante), un maravilloso entorno verde y una compañía de lo más agradable. Sin olvidarnos del final de fiesta: unas alubias para chuparse los dedos, obsequio de la organización de las Ollas Ferroviarias de la Cantolla, concurso que se celebra también ese día.
Llegamos a Mirones a las 8:45 de esa preciosa mañana del sábado 17 de junio y aparcamos cerca de la iglesia de San Román en cuya plaza nos reuníamos todos para iniciar la marcha. En efecto, a las 9 comenzamos. Primero subimos hasta el barrio de la Cantolla, por una buena pendiente, el llamado camino del Carro, para ir tomando contacto con la realidad que nos esperaba. Alrededor de su plaza ya estaban montados los chiringuitos de las ollas y las carpas y mesas donde después íbamos a comer. Pero primero había que andar, o más bien subir, hasta el pico de las Enguinzas.
Comenzamos por caminos perfectamente señalados por la organización, cada uno a su ritmo:
Enseguida, y mirando hacia atrás, teníamos una vista perfecta sobre el barrio que acabábamos de dejar y del llamado hotel París o la Torre (no porque haya sido un hotel sino porque, en aquella época, principios del S.XX, se llamaban así a las viviendas unifamiliares construidas en un lugar apartado y solitario), construido sobre una roca, en medio de hayedos:
Al principio anduvimos por una pista asfaltada, cómoda, los chicos muy animados:
Continuamos por senderos a la sombra, entre avellanos, para salir a otra zona rocosa:
Enseguida y tras varias vueltas pudimos ver el objeto de nuestra marcha:
Pero todavía había que dar muchas vueltas y revueltas, por un sendero perfectamente empedrado, la Calzada de las Peñas. Aquí tuve que esperar a esta gente que se me entretenía mucho por el camino:
Estábamos llegando al cruce desde donde se podía, o bien seguir hacia el pico de las Enguinzas, o bien ir a la fresquera de Fiñumiga, acortando la ruta, para quien no se sintiera con fuerzas. Nosotros continuamos hacia la derecha, hacia las Enguinzas, como los valientes:
Esta ruta no sólo está marcada para ese día con abundantes banderines rojos, también hay señales permanentes, verticales y pintadas:
Seguimos por la ruta señalada, librando numerosos hoyos y viendo paisajes rocosos entre altas hierbas:
Así llegamos a un punto desde donde se veía Peña Cabarga (para mí, terreno conocido, importante punto de referencia) y, al fondo, la costa de Santander y Somo:
Después de hacerle a un señor unas fotos (me dijo que ya que estaba haciendo yo fotos que si me importaba hacerle alguna a él, que se viera Santander, que en su casa no se lo iban a creer, se las hice, claro), seguimos por un entorno espectacular, rodeados de lapiaces:
Pero aún no habíamos llegado a lo más duro. Lo marco en la foto, era una subida herbosa con una gran pendiente, por donde menos mal que corría un poco de aire, porque apenas alcanzábamos respiración:
Pues nada, para arriba, en algunos momentos, con hierbas tan altas que apenas veías por donde debías caminar, pese a que ya había subido gente delante:
Y al llegar arriba, dejando a un lado el hoyo Castrejón, nos asomamos a un collado desde el que se podían ver los llamados pozos de Noja, dos pequeños embalses artificiales creados, en su momento, por la Electra Pasiega para suministrar de electricidad a Liérganes y comarca, alimentando a 2 turbinas. Aunque actualmente ya tienen mucha menos agua que en su origen, puesto que las presas de contención están muy deterioradas, ese día me pareció que tenían especialmente poco agua. No sé, a lo mejor cuando he estado junto a ellos era en otra época, con más lluvias...:
Y un poco más al oeste, los Picos de Europa y Alto Campoo se intuían al fondo. Sólo nos quedaba subir a la cima de las Enguinzas, a 964 m. de altitud. El macizo de las Enguinzas es una prolongación de la Sierra del Escudo de Cabuérniga (de la que hablaba aquí), formando parte de la sierra prelitoral cántabra. Su composición es de piedra caliza, por lo cual, debido a su carácter poroso, presenta multitud de formas, desde agujas de diferente tamaño, a grandes o pequeños hoyos y agujeros, conviviendo con un terreno agreste:
En lo alto hay una cruz de hierro, que yo no vi entre la gente, un buzón alpino con forma de cabaña y un vértice, punto o pilar geodésico. ¿Vistas? todas las del mundo: Además de la bahía de Santander, se puede ver el Buciero en Santoña, Castro Valnera, el Picón del Fraile, Porracolina, Mortillano y Peñas Rocías, el Valle de Cayón...Y piedras que parecían decirnos: "sentaos, sentaos". Y nos sentamos, por supuesto, bueno, los que coincidimos, que algún miembro del grupo nos faltaba. Y tan ricamente nos tomamos el avituallamiento que nos dieron al empezar la marcha:
Y como todo lo que sube, baja, pues también nosotros tuvimos que bajar. Por el mismo sitio y librando a algún rezagado que todavía subía. Yo casi arrastrando el culo, la verdad, porque entre que era muy pendiente, todo lleno de rocas puntiagudas y que no se veía nada bien donde ponías los pies por la altura de las hierbas, pues me parecía bastante dificultoso:
Ese era el tramo más comprometido de la ruta, justo la subida (y bajada) a la cima, porque lo demás, aunque era costoso, todo el tiempo ascendiendo, no tenía mucha dificultad:
Bajamos por el mismo camino hasta la desviación que dejamos al subir hacia la fresquera de Fiñumiga. Ahora veíamos claramente la Calzada de las Peñas por la que habíamos subido. Se trata de un camino "carbonero" perfectamente empedrado y estructurado, creado y utilizado para bajar los troncos de árboles de los bosques de la zona hasta las Reales Fábricas de artillería de la Cavada y de Liérganes, donde se convertían en carbón vegetal:
Ahora nos dirigimos hacia la fresquera por la parte sur del pico de las Enguinzas, junto al que se ve lo que no sé si es la Peña de los Lobos y la Peña Herrera más a la izquierda (si alguien me lo puede confirmar, se lo agradezco):
Enseguida nos encontramos con una cabaña en este estado de abandono. Pensar que hasta aquí arriba tenían que venir con el ganado....:
Continuamos la ruta hasta encontrar una bajada a la nevera, situada en el fondo de una gran hondonada en medio de un frondoso bosque de hayas. Su construcción es circular y se utilizaba para almacenar nieve, que se convertía en hielo, y se usaba para curar las quemaduras de los obreros de las fábricas de cañones. Es una de las fresqueras más grandes de Cantabria con cabida para 20 toneladas de hielo:
Subimos de nuevo al sendero que rodeaba al hoyo a media altura, hasta que salimos del hayedo, teniendo que, a veces, buscar caminos alternativos entre la cerrada vegetación, tan exuberante en esta época, pese a las buenas intenciones de Juanjo, intentando abrir el camino cerrado (que no es lo que parece):
Así veíamos el pico de las Enguinzas desde el otro lado del bosque, en cuyo punto más profundo está la fresquera de Fiñumiga:
Desde aquí, siguiendo por la ruta señalada para la ocasión, pudimos ver varias típicas cabañas merachas, muy compactas, sin apenas vanos que permitan la entrada de luz, con puertas muy bajas y estrechas, sobre todo en las cuadras:
Pero también vi una en la que no faltaba la alegría, a juzgar por la pila de latas de cerveza (Elia, pila, pila, jajaja) que colgaban junto a la puerta. Estuve un rato pensando en su significado, que alguno tendrá. ¿Colgarán cada una que beben?, ¿las tendrán ahí y cuando les apetece cogen una (no muy probable, porque estaban al sol)?, ¿las usarán a modo de carillones y disfrutan del sonido?, ¿o a modo de timbre?, ¿o, será que las han recogido por aquellos caminos y las ponen allí para recordarnos lo sucios, maleducados e inconscientes que podemos llegar a ser?. Es verdad que cada vez se ve menos basura por la montaña, pero todavía hay algún envoltorio que siempre me lleva a pensar lo mismo: ¿qué nos cuesta volverlos a meter en la mochila si ahora ya no pesan, que están vacíos?:
Y así continuamos por callejos, junto a paredes de piedra que cierran los prados, bajo la sombra de cagigas, avellanos,...:
Hasta volver a contactar con la senda por la que subimos, para, finalmente, casi 5 horas y 12 km después, llegar a la plaza de la Cantolla, donde, después de unas cervecitas que tan buenas propiedades tienen, nos dieron de comer unas alubias muy, muy ricas. Pasé un día muy bueno con toda esta gente, disfrutando de algo que a todos nos gusta: la montaña.
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